... y la mujer enojada grita: "¡Sí, me lo he cogido!". La venas saltan de su cuello, su maquillaje se desliza en ríos de color negro debajo de sus ojos y por todas sus mejillas. Lo mira fijamente, como si no le importara y no sintiera culpa alguna. Él no puede demotrarlo aunque se sentiría aliviado si lo hiciera; ese dolor en el pecho es la herida que no va a sanar nunca. Lo sabe, quisiera caer al suelo y no tener que levantarse en un mes. No puede. En cambio, camina por toda la habitación, quisiera golpearla hasta que sintiera una mínima parte del dolor que él siente; es por eso que se mantiene a distancia, no sabe el alcance que su enojo podría tener en esos momentos, a partir de los cuales sabe, no podrá regresar a las oportunidades que tuvo y dejó pasar.
De vuelta con la mujer, sentada espera su castigo, sabe que merece una sansión, pero no la espera sinceramente. Poco a poco su posición agresora, como si no importara lo que hizo, se va encogiendo. Sus piernas y brazos se van juntando. Se acercan a su pecho. Él ha dejado de gritar todo lo que se le ha ocurrido para hacerla sentir culpable. Ahora está cansado y con suavidad se sienta en el mueble de ante frente a ella. Intenta idear una forma de desaparecer lo que ella ha dicho. No funciona, así que intenta encontrar la forma de hacer que no vaya a tener los efectos que tendrá en su vida la verdad que acaba de recibir. "No te puedes escapar", piensa. Ríe. La mujer lo mira extrañada.
Su esposa lo nota relajado, así que ella lo hace también. Sus extremidades están ahora en su lugar, ya no parece más una niña asustada y arrepentida. Por un momento sabe y puede sentir el dolor que le ha causado. No sabe qué hacer con eso, no dice nada y deja pasar una de esas oportunidades que ella tampoco volverá a tener. No puede creer lo que ha hecho y se quedará con eso. Sosteniéndose sobre sus rodillas, con la cabeza gacha y sujetando su cabello con sus manos, el hombre respira como si estuviera dormido. De pronto se levanta con rapidez y sale de la casa que ya no será más su hogar. La puerta la cierra sin brusquedad. La mujer asombrada, por la reacción de su impulsivo marido, sólo se queda mirando la puerta que permanece muerta, por unos minutos y después se va también.
Adiós amor.
lunes, 13 de julio de 2009
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2 comentarios:
Escalofriante!
Woh! increible tu forma de narrar, realmente haces sentir la emocion de el momento al describir bien. Saludos, no te olvides de visitar nuestro blog
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