martes, 28 de agosto de 2012

It's time to go home (Part 2)

Camina dramáticamente bajo la lluvia. Quisiera decir que lo aprendió de una película, pero ahora se trata de autodestrucción. Éste no es el que fue, pero ella lo dejó. ¿O fue él el que lo hizo? Esa es probablemente la pregunta que lo destruye más.

Su chaqueta de cuero está casi arruinada por todo lo que la ha hecho pasar. No se pregunta muchas cosas que no giren en torno a ella y los recuerdos interminables de cuando la tenía; pero en ocasiones se pregunta si es eso a lo que llaman depresión lo que lo tiene en ese estado de adormecimiento.

El muchacho fue feliz antes de ella y aún más cuando ella llegó. Fueron un par de años maravillosos. Sus similitudes y discrepancias hicieron de su relación algo apasionante. Viva. Así que se disfrutaron todo lo que pudieron, hasta que no pudieron más. Como es de esperarse en la vida, las peleas estuvieron presentes durante ese tiempo, pero digámosle, de manera normal. Pero sin darse cuenta cuál fue el punto de quiebre la violencia los alcanzó. Y es entonces, ahí... En esos meses de soledad se ha preguntado incansablemente, tratando de recordar lo que pasó. ¿Fue él? ¿Fue ella? En algún punto se perdió en su enojo y el otro en su desesperación. Un golpe lo cambia todo, no ya un insulto. PEro una evidente demostración de daño mueve las cosas a un lugar del que ya no pudieron regresar.

Fue cuando ella ya no volvió cuando él emprendió su viaje. Uno no muy bien planeado, pero eso no era lo importante; sólo no estar ahí lo era. Cuando las banderas cambian sus colores el lenguaje lo sabe...

Fueron meses fuera y en todas partes. Rodeado de gente con diferentes procedencias y con personas momentáneamente interesadas en su historia; un acostón ocasional, excesiva ingesta de alcohol, un poco de droga, y se convirtió en la versión de él mismo más sola de lo que antes había estado o sentido. Cuando casi la puedes tomar de la mano, nunca realmente acompañado. Entre trenes y caminatas largas. Entre bancas de parques y hoteles baratos. Entre vagabundos y mujeres hermosas. Todo, para nada. Para el joven que una vez fue y que ya no es.

La barba crecida. Un olor que un baño cada tres días ya difícilmente quita. Y un dolor que no lo deja. Cuando tomó todo su dinero, sus ropas más resistentes y recuerdos de ella que ha quemado en el camino, intentaba huir, no era como en ocasiones lo fue, un grito de atención. Pero es que cuando tu soledad te sorprende descuidado y los pensamientos son incontrolables que el hombre se encontró desprotegido contra sí mismo. Culpa. Melancolía. Tristeza. Enojo. Autocompasión. Odio. Amos. Extrañar la que fue tu casa. Olvidarse a sí mismo era la única opción para escaparse de todo ello; y fue lo que hizo. Yo y tal vez muchos hubieran pensado que dormir sobre basura, acostarse con mujeres penosamente desagradables y sucias, terminar inconsciente en lo desconocido; desaprovechar oportunidades de apreciar el mundo o la vida; sentirse asqueado por la imagen en el espejo, sería suficiente para darse cuenta, pero él tardó un año en recuperarse de la pérdida de los dos anteriores. Cuando los meses cambian sus números en tiempo de partir...

En algún país, un policía lo golpea en el hombro delicadamente con su macana. Él no despierta acostado sobre el piso mojado. El hombre uniformado y bien abrigado lo hace de nuevo intentando llamar su atención en un idioma que él apenas entiende. Una última vez y golpénadolo con el pie. Despierta. Apenas puede abrir los ojos y mirar hacia arriba. El clima es frío y apenas se percata de eso. Practicamente puede ver en cámara lenta el humo que sale de la boca del oficial para frente a él, hablándole fuertemente, tratando de expresarle que no puede estar ahí. Gira lentamente para quedar boca abajo. Con trabajo pone una mano sobre el suelo helado. Se empuja. Logra levantar el tronco y una pierna. La otra mano sobre su rodilla para impulsarse. Un fuerte suspiro y se pone de pie, derecho y frente al policía. Éste sólo lo mira y lo deja ir con un expresión de desdén; pero el joven, enates de dar la vuelta, puede ver en él esa mirada de lástima que un año atrás le cambió la vida.

Ve alejarse al oficial. Se queda ahí parado mirándolo unos minutos mientras se alejaba. Suspira de nuevo sintiendo un apretón en el pecho. Mete sus manos congeladas en los bolsillos de esa chaqueta que lo acompañó todo el tiempo. Se pone la capucha, pues aún llovizna. Y se va. Con la cabeza gacha, camina sabiendo esta vez a donde se dirige. Toma un tren más. Sabe que es por última vez y piensa en ella y en todo una vez más. Ahora sí mira cómo corre el pasta y las cosas por la ventanilla. Puede ver cosas que no se había detenido a admirar. Siente un poco de arrepentimiento por eso, pero ya no hay espacio para ese sentimiento. Luce mal. Como si años hubieran pasado. Siente un muy ligero momento de fortaleza. Intenta limpiarse un poco en el baño del aeropuerto. Compra un ticket de avión. El más próximo. Cuando las banderas cambian sus colores, el lenguaje lo sabe. Cuando los meses cambian sus números, es momento de ir a casa.