lunes, 1 de junio de 2009

El dibujo de un escritor

Porque es verdad, nos toca morir cuando nos llega otra oportunidad. 

Los trazos serán fuertes y obscuros. Empieza a nacer la quijada, es fuerte pero aún así femenina; sólo para poder reconocer la perfecta forma del rostro que apenas nace. La barbilla es clave, parte de su personalidad está ahí aunque usualmente es en el caso de los hombres. Primeros trazos inseguros, claros, logrando punta corta y redonda, las líneas se vuelven más fuertes, dando forma al ángulo exacto para mostrar el mejor perfil de su delgado rostro. La nariz va primero, delgada a lo largo, pero al acercarse a la punta, dirigida a lo alto, se infla un poco; sólo lo suficiente para encontrarla peculiarmente hermosa. Las líneas que la conforman son hechas con mayor cuidado, debe procurar la tranquilidad de esa nariz con un rocío de pecas que tan sólo se encuentran ahí para hacerla más coqueta. La boca es inocente y modesta, ésta no sonríe pero aún así expresa el amor que morirá por dar cuando lo amerite; que aunque delgados los labios, pasión derramarán. La parte más importante de su encantadora boca viene: es ese hoyuelo entre el labio superior y las fosas nasales, muy marcado y más largo que el de las demás que no lograron liberar su inspiración aprisionada en busca de ese toque especial que llama a la admiración. La piel es lisa, pero el negro comienza a correr sin querer en sombras que él no hará desaparecer. Se ensucia un poco, pero está bien, obscuro habrá de ser. Las orejas se conectarán ahora a lo que fue el principio del dibujo improvisado, salido sólo de la memoria del hombre que una vez la vio por completo, y que no habrá de olvidar. No son proporcionadas a las perfección como el resto de los adornos de su cara, un poco extendidas, como las orejas voladoras, aunque sólo una se deja mostrar, la otra escondida al otro lado de la imagen. Una oreja ansiosa por un soplido que la despierte y la sonroje de emoción. De nuevo la intensidad en los trazos refleja el viaje que al recuerdo del hombre con la tiza de color negro. Inmediatamente y sin pensarlo, los ojos, esos ojos carentes de maquillaje que reflejan la conservada juventud e inocencia que congenia con el resto de sus facciones; éstos, más obscuros que los elementos bajo ellos, pero es que tienen una misión importante que cumplir. Una mirada algo perdida, no podría decirse con exactitud, miran abajo pensativos, entre abiertos y con una pestañas que aunque no son llamativas, cubren su función de femineidad elegantemente. Viene el iris, pero un color extraño se acerca, no es el opaco característico de la noche, es su contrario, el del día despejado sobre las montañas donde el hombre apenas ha pisado. Azul como el cielo. No era el color de los ojos que ella orgullosamente portaba, así han sido inmortalizados sin embargo. El bello sobre ese solitario par es dibujado de nuevo con extremo cuidado con el color de lo fúnebre, aunque el arte no lo fuera. Se ensucia un poco más. ¡No es perfecto, deben ser planas, con su expresión de desolación y esperanza juntas y no puede borrar! Desespera. Corren las sombras sin perder por completo el control; tras unos suspiros que hacen correr los restos del instrumento utilizado, con calma, se logra la expresión que provoca ternura en su pecho cada vez que la mira. A punto de comenzar con los cabellos, que juntos, todos amarrados con un listón que brillaban con el sol, recuerda el cuello, una fracción de él que podrá mostrar y dejar imaginar el atractivo que vendría bajo la yugular. Es delgado y con trazos salvajes para formarlo, dos líneas curvas que bajan al vacío y tan suave como lo es en realidad. El final, su cabellera algo despeinada, es el momento de ser libre, algunos se escaparán rebeldemente de la cascada que será negra sin poder lograr el castaño que va con el blanco de su piel. Unos son libres en grupo y otros son independientes y quieren volar por su cuenta. Aún así, la caída es sexy y atrevida, no cubre su rostro, se recoge sobre la oreja visible, y del otro lado cae sin reparo. Ahora ensucia el ambiente, está fuera de control, el negro comienza a dominar, y ahí está, es ella, una mujer en blancos y negros, con el rostro sucio, invadido por sombras que no logran opacar su belleza, con la cabeza gacha y sueños en sus ojos azules como el mar sin algas ni corales en el fondo.

La mujer que lo verá morir cuando regrese por él.