jueves, 30 de julio de 2009

Ensueños en la tempestad

... entonces ella se dirije hacía uno de esos grandes puntos de pintura en el suelo de concreto donde dice "Punto de Reunión"; al centro de todo, donde todos la puedan ver. "¡Miren! - grita atreyendo la atención de todos. ¡En este frasco, este pequeño frasco de cristal en mi mano, tengo el alma Héctor! ¡Miren cómo me deshago de él sin piedad, y sin arrepentimiento futuro!" - arroja el pequeño frasco de cristal al suelo, se rompe y aún lo pisa para que no quede nada -.

Héctor regresa a la realidad. Sólo una ensoñación más cuando la ve por primera vez riendo y tocando el pecho de un tipo, algún tipo que él nunca había visto. Ella se percata de su mirada triste y sentenciadora. Se acerca a él. Él la ve venir, quiere irse, pero no puede moverse. Ya frente a él, la mujer que ocupó sus pensamientos, atención y corazón por varios años empieza el discurso clásico justificador y nada consolador.

De pronto y sin avisar, ella, la muchacha inocente que alguna vez fue, suelta un derechazo contra su ojo. Apenas se recupera, cuando se acerca el tipo con el que reía la mujer que caba de agredirlo y suelta un golpe firme contra su abomen. Ya en el suelo, se acerca una ex novia, una mujer a la que rechazó y una mujer que no lograba ubicar en su memoria, y lo patean sin dar señales de cansancio. No está asustado, sólo adolorido y sin poder defenderse.

Despierta sin haber cerrado los ojos. No hay nadie golpeándolo, sólo ella frente a él hablando. Sige sin poder moverse y ahora no puede siquiera escucharla. Ella mueve la boca sin parar y él no puede hacer nada para deternerla o para alejarse. Cesa la conversación la joven arreglada. Espera qué él diga algo, pero apenas y recuerda cómo es que llegó ahí y no dice nada.

Le regala una última mirada de lástima. - No se daba cuenta, pero lucía destrozado -. Toca su hombro izquierdo ahora con un poco de compasión, y sin pensar en que podría llegar a arrepentirse o extrañarlo, se va. Héctor se queda parado un par de minutos. Firme. Sin decir ni hacer nada. Sin voltear atrás y sin mirar al frente. Despues se va.

lunes, 13 de julio de 2009

Uno más de esos

... y la mujer enojada grita: "¡Sí, me lo he cogido!". La venas saltan de su cuello, su maquillaje se desliza en ríos de color negro debajo de sus ojos y por todas sus mejillas. Lo mira fijamente, como si no le importara y no sintiera culpa alguna. Él no puede demotrarlo aunque se sentiría aliviado si lo hiciera; ese dolor en el pecho es la herida que no va a sanar nunca. Lo sabe, quisiera caer al suelo y no tener que levantarse en un mes. No puede. En cambio, camina por toda la habitación, quisiera golpearla hasta que sintiera una mínima parte del dolor que él siente; es por eso que se mantiene a distancia, no sabe el alcance que su enojo podría tener en esos momentos, a partir de los cuales sabe, no podrá regresar a las oportunidades que tuvo y dejó pasar.

De vuelta con la mujer, sentada espera su castigo, sabe que merece una sansión, pero no la espera sinceramente. Poco a poco su posición agresora, como si no importara lo que hizo, se va encogiendo. Sus piernas y brazos se van juntando. Se acercan a su pecho. Él ha dejado de gritar todo lo que se le ha ocurrido para hacerla sentir culpable. Ahora está cansado y con suavidad se sienta en el mueble de ante frente a ella. Intenta idear una forma de desaparecer lo que ella ha dicho. No funciona, así que intenta encontrar la forma de hacer que no vaya a tener los efectos que tendrá en su vida la verdad que acaba de recibir. "No te puedes escapar", piensa. Ríe. La mujer lo mira extrañada.

Su esposa lo nota relajado, así que ella lo hace también. Sus extremidades están ahora en su lugar, ya no parece más una niña asustada y arrepentida. Por un momento sabe y puede sentir el dolor que le ha causado. No sabe qué hacer con eso, no dice nada y deja pasar una de esas oportunidades que ella tampoco volverá a tener. No puede creer lo que ha hecho y se quedará con eso. Sosteniéndose sobre sus rodillas, con la cabeza gacha y sujetando su cabello con sus manos, el hombre respira como si estuviera dormido. De pronto se levanta con rapidez y sale de la casa que ya no será más su hogar. La puerta la cierra sin brusquedad. La mujer asombrada, por la reacción de su impulsivo marido, sólo se queda mirando la puerta que permanece muerta, por unos minutos y después se va también.

Adiós amor.