lunes, 20 de abril de 2009

El caso de la mujer bola

El auto estacionado se ilumina de amarillo. Ese amarillo fuerte que es casi vulgar. Algunos autos pasan cerca; con sus luces dejan ver más de lo que el faro aclara. La figura que resalta es difícil de descifrar. Una forma deforme y sin sentido. La calle es demasiado estrecha y la civilización no parece pasar por ahí a pesar de estar delimitada por un edificio de departamentos amargos y otro edificio que da vida a un bar poco recurrido. Aunque el trayecto del camellón formado a la fuerza no es largo, no se ven personas cruzándolo para ahorrarse dar la vuelta completa a la ya de por sí, lúgubre cuadra. Una patrulla de policía pasa frente. Los oficiales en guardia ven el auto abandonado. Lo pasan de largo. Esperarán el día para indagar, pero las luces rojo y azul alcanzaron a descubrir el detalle perturbador del auto estacionado. Del mercedes que no volverá a lucir su admirable figura por la ciudad. En el interior, un cuerpo. Describirlo resulta difícil, ya que tan sólo imaginar que se puede jugar con las partes humanas de esa forma, requeriría una mente tal vez demasiado inquieta. Las piernas detrás del cuello. Ambas. Pero no el cuello así erguido. Agachada, de modo que puede alcanzar a tocar con la nariz su pelvis. Para esto, varias costillas rotas, y el cuello lesionado. Una peluca pelirroja intensifica la personalidad de la mujer desnuda. La posición dejando expuesta otra cavidad atractiva para el que después se dedujo, violador. Ambos brazos enredados en las piernas, anulando sus extremidades. Una obra de arte, diría el sujeto que la creó con lo más violento del instinto humano.

"El caso de la mujer bola", lo llamaron para divertirse e identificarlo después que lo traumático de lo visto se desvaneciera. Hasta que la insensibilidad se adueñe de la compasión humana. Ningún cambio después del curioso caso. Claro, sólo uno: Algo más interesante ha de venir después. Hasta probar los límites de la creatividad destructiva del ser humano. Un aplauso por la mente que logro debilitar a la fuerza policiaca haciéndolos vomitar sus desayunos e impedirles comer por un día entero. Sus hijas no saldrán más bailar. Sus hijos no tendrán las libertades con las que sus padres aprendieron tanto. Hasta perder el mundo que destruimos de a poco.

lunes, 6 de abril de 2009

Hopefully

Son sólo unos metros. Una sonrisa delicada nace en su rostro. Después de tanto tiempo sin una de esas, polvo debió volar con el movimiento de esas arrugas tempranas. Pronto estaría cerca de ella otra vez. Al verla entre tanta gente se detuvo. Fue ahí cuando la sonrisa nació, no antes. Ella se detuvo también. El parque en otoño resultó ser un hermoso escenario. Ella vestía un sencillo vestido de un solo color. Pegado a su cuerpo le dejó ver que aún tenía una bella figura. Su sonrisa fue más amplia. Casi una risa. Él vestía un traje azul. La corbata estaba floja. Su extraña formalidad la extrañó. La preparó para ver un gran cambio en él. Avanza él primero. Ella espera un poco. Avanza también. Ambos se toman su tiempo. Él, alternando su mirada entre el piso y ella, intenta ocultar su nerviosismo. Ella lo mira fijamente, sin mirar a otra parte y sin miedo a tropezar con alguien. Quería parecer confiada a pesar de ser igualmente invadida por nervios. Él piensa en cómo solía reír con ella. Risas inocentes y otras atrevidas. Siempre con el lado izquierdo de su boca hacia un lado, y luego hacia arriba. Ella sin intención de cumplirlos, pero sin poder reprimirlos, revive los sueños de encontrarse con él, en su vestido blanco y sencillo. Los dos planean un familiar pero poco expresivo saludo. Un sencillo beso en la mejilla. No quieren saber donde estuvo el otro. Quieren saber qué es el otro y hacia donde va. "Ojalá que nunca se me vuelva a ocurrir que puedo estar sin ella", piensa cuando está a un paso. "Espero nunca tener que querer estar sin él un solo día", ella piensa mientras extiende sus brazos. 

Así, después de contener sus ganas de sentirse felices por este encuentro sin intención alguna, no pudieron más. Al mismo tiempo, con un poco de miedo y con otro poco de confianza - de la que alguna vez hubo entre ellos -, se abrazan. Él huele su cabello. Ella huele su cuello. Se ven de frente y de muy cerca por unos segundos. Las sonrisas siguen ahí. Haciendo un ademan caballeroso él dice: "¿Vamos?". Miran hacia la misma dirección. Y caminan uno al lado del otro. Como amigos. Sólo quince centímetros los separan. Pronto se tomarán de la mano. Es otoño.